Opinión (*)
LA CONDENA DE UNA GOBERNANTA INOCENTE: CORRUPCIÓN Y
CORRUPCIONES
La presidenta Dilma está siendo condenada mediante un
tribunal de excepción por un Congreso Nacional en el cual el 60% de sus
miembros se enfrenta a acusaciones penales. El Senado que la juzga no posee
ninguna calidad moral pues más de la mitad de él, 49 senadores, están acusados
de distintos delitos. Contra Dilma no se consiguió probar ningún delito. Por
eso se inventan otras razones como el “conjunto de la obra”, cosa que
contradice la materia del proceso venido de la Cámara: algunos actos
gubernamentales del año 2015 solamente.
El
economista Luiz Gonzaga Belluzzo resumió bien la tónica general de este proceso
perverso: «Se trata de una reacción conservadora, retrógrada que se expresa en
tentativas autoritarias de impedir el avance de la sociedad. Somos una sociedad
profundamente antidemocrática, prejuzgadora y, sobre todo, culturalmente
deformada. Hoy estamos asistiendo a una degeneración de lo que ya está
degenerado. Aquí no prosperaran los ideales de democracia y el Estado de
Derecho. Todo se hace con truculencia, con arbitrariedad, incluso lo que se
hace pretendidamente en nombre de la ley» (en Carta Maior 27/06/2016).
Otra
crítica contundente nos viene del sociólogo, ex-presidente del IPEA, que
escribió un estimulante libro: La estupidez de la inteligencia brasilera (Leya
2015): «El golpe fue contra la democracia como principio de organización de la
vida social. Fue un golpe dirigido por la ínfima elite del dinero que nos
domina sin ruptura importante desde nuestro pasado esclavócrata. Desde entonces
Brasil es el palco de una disputa entre estos dos proyectos: el sueño de un
país grande y pujante para la mayoría; y la realidad de una élite de rapiña que
quiere drenar el trabajo de todos y saquear las riquezas del país para el
bolsillo de media docena» (Quién dio el golpe y contra quién, en FSP, 04/2016).
Lo que
estamos presenciando es la reanudación de este segundo proyecto, socialmente
perverso y negador de nuestra soberanía. Basta observar la truculencia del
ministro de relaciones exteriores que de diplomático no tiene nada. Es un
agente de las privatizaciones y del alineamiento de Brasil a la lógica del
neoliberalismo de los países centrales, rompiendo con nuestros vecinos aliados
del Mercosur y traicionando los ideales de una diplomacia «activa y altiva» en
diálogo con todos los pueblos y tendencias ideológicas.
Hay
muchas formas de corrupción. Comencemos por la palabra corrupción. San Agustín
explica la etimología: corrupción es tener un corazón (cor) roto (ruptus) y
pervertido. El filósofo Kant hacía la misma constatación: «somos un leño tan
torcido que de él no es posible sacar tablas rectas». En otras palabras: existe
en nosotros la fuerza de lo Negativo que nos incita al desvío. La corrupción es
una de las más fuertes.
Ante
todo, el capitalismo aquí y en el mundo es corrupto en su lógica, aunque esté
socialmente aceptado. El simplemente impone la dominación del capital sobre el
trabajo, creando riqueza con la explotación del trabajador y con la devastación
de la naturaleza. Genera desigualdades sociales que éticamente son injusticias,
lo que origina permanentes conflictos de clase. Por eso, el capitalismo es por
naturaleza antidemocrático, pues la democracia supone una igualdad básica de
los ciudadanos y una garantía de sus derechos, violados aquí por la cultura
capitalista.
Pensando
en Brasil podemos decir que la mayor corrupción de nuestra historia es el hecho
de que las sucesivas oligarquías hayan mantenido a gran parte da población,
durante casi 500 años, en la marginalidad y el de haber emprendido un proceso
de acumulación de riqueza de los más altos del mundo, hasta el punto de que el
0’05% de la población (71 mil personas) controlan gran parte de la renta
nacional.
Tenemos
ejemplos escandalosos de corrupción, denunciados últimamente por el llamado
“Petrolao”, por los Zelotes y por los Papeles de Panamá. Pero no nos engañemos.
Hay cosas peores. El Sindicato Nacional de los Procuradores de la Hacienda
Nacional, en su “Evasionómetro”, denunció que en 2015 solamente en cinco meses
hubo una evasión de 200 mil millones de reales (Antônio Lassance, en Carta
Maior 02/05/2015). Esto es mucho más que el “Petrolao”, y sólo en 5 meses. Aquí
se ocultan los grandes corruptores y corruptos que siempre procuran esconderse.
Bien
decía Roberto Pompeu de Toledo en 1994 en la Revista Veja: «Hoy sabemos que la
corrupción forma parte de nuestro sistema de poder así como el arroz y el
fríjol de nuestras comidas».
La
condena de la Presidenta Dilma se inscribe en esta lógica de la corrupción que
se apoderó de gran parte de la casta política. Lo que se hace contra ella es
una injusticia sin medida: condenar a una inocente y a una gobernante honesta.
La
historia no los perdonará. Llevarán en sus biografías el estigma de golpistas
merecedores de una soberana repulsa de los que buscan caminos transparentes y
éticos para nuestro país.
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